LA TEORÍA ADMINISTRATIVA
Cuauhtémoc
Molina García
I.
INTRODUCCIÓN
ste documento trata de cuatro asuntos básicos. En primer término
aborda el tema de la teoría desde el
punto de vista de su significado en las ciencias en general y en las ciencias
sociales en particular. Ubica el término en su real y concreto significado, separándolo
de las ideas no epistemológicas que abundan en el lenguaje coloquial y que
desde luego meten ruido y confunden el correcto uso del concepto. En segundo
lugar, analiza el significado de la
teoría administrativa tanto para los estudiosos de la administración, como para quienes usan a la administración
meramente como un instrumento de trabajo que les permite lograr ciertos fines
dentro de las organizaciones. Este último caso es el de los gerentes, directivos,
ejecutivos y de todos aquellos que conocen las técnicas del managment para su aplicación en las
empresas. Entendemos aquí por administrador
a toda persona que realiza las funciones de un líder, un director, jefe,
coordinador, gerente, presidente, gobernador, alcalde, etc., independientemente
de lo delicado de sus tareas o de lo trascendente de sus funciones, como es el
caso de estos últimos, cuya labor esencial no es nada más administrar, sino
ante todo, gobernar.
En tercer lugar, tratamos
de establecer las bases de una discusión que nos permita saber si la
administración, en tanto tal, es o no es una ciencia y sí lo es, saber también
qué tipo de ciencia es. Hay quienes opinan, en cambio, que la administración es
una técnica, y otros que es un arte. Una tercera posición a este respecto está en
quienes consideran que se trata de «algo» que tiene una parte de todo, es
decir, que al mismo tiempo que es ciencia, es una técnica y además un arte. En
este Paper se propone la idea de que
si bien la administración como tal carece todavía de un rango de ciencia, si es
en cambio, científica. Por último, se reflexiona acerca de la naturaleza de la
administración como profesión y se enuncian dos problemas al respecto: nuestra
profesión tiene dos problemas: uno de definición y otro de tipificación.
La finalidad esencial de
tratar este tema radica en el hecho de que los estudiantes de administración
inician sus estudios formales de la carrera y en ese sentido, es indispensable
que los futuros administradores posean un claro concepto, que finalmente ellos
valorarán por si mismos, acerca de cual es la naturaleza de la disciplina y de
la profesión que estudian. Sería harto sorprendente que luego de aprobar todos
los exámenes de plan de estudios, los estudiantes de la administración no
tuvieran la información necesaria para juzgar y valorar personalmente la citada
naturaleza esencial de la disciplina
que estudian.
Por último, cabe destacar
que los fines de este curso, Administración I, son precisamente conocer, explicar y evaluar las
aportaciones teóricas que diversos estudiosos han hecho al conjunto de la teoría administrativa a lo largo de los
últimos años, básicamente desde que la revolución industrial inglesa transformó
para siempre los modos de producción y de organización de los recursos
sociales. Estos autores se caracterizaron, sobre todo los primeros, por no
haber sido administradores de origen, aunque de hecho hayan desempeñado esas
funciones. Este es el caso de los ingenieros como F.W. Taylor, H. Fayol, F.B.
Gilbreth, Henry Ford, Gantt, entre otros. Luego vinieron los economistas, los
sociólogos y finalmente los psicólogos, cada uno de los cuales fue
enriqueciendo y ampliando los saberes
administrativos, al punto de convertir a la administración en un verdadero espacio de convergencia de múltiples
disciplinas y ciencias que la ubican, hoy por hoy, en una disciplina
efectivamente inter y multidisciplinaria.
Las recientes condiciones
que han transformado al mundo moderno, -la apertura
comercial y la globalización de los
mercados-, han propiciado un acelerado dinamismo en las ciencias y en la
tecnología, cambios que a su vez han modificado para siempre los modos de
producción, caracterizados hoy por la presencia de un insumo fundamental sin el
cual no es posible ya ni ser competitivo ni subsistir en los mercados actuales
de alta competencia. Ese insumo es la información
y el conocimiento. Las empresas tienen, por lo tanto, serios retos que
enfrentar y los administradores graves compromisos que asumir. Tales retos y
compromisos adquieren particular relevancia en el caso de los países
subdesarrollados, específicamente México.
Las condiciones sociales y económicas de nuestro
país exigen que los profesionales del futuro, no importa la carrera que hayan
elegido, asuman una postura de transformación de las actuales condiciones
indignantes en las que vive nuestra gente. Para el caso de los administradores,
lo menos que se les puede pedir es que contribuyan con su talento y creatividad
a la generación de empleos, haciendo a las empresas más productivas y
eficientes, más competitivas y sobre todo, que exporten, que aprovechen las
enormes oportunidades que a los hombres de negocios mexicanos representan los
mercados extranjeros y el propio comercio exterior.
II. LA TEORÍA
na primera aproximación al término «teoría» consiste en acudir al
diccionario y explorar ahí las características del concepto. La primera vía de
acceso es la etimológica, la cual afirma que teoría viene del griego theoria, a su vez de theoreo, que es un verbo que se traduce
como «contemplar». Quizá sea
este el sentido fundamental del verbo castellano teorizar: contemplar, en el sentido de observar a profundidad, de
ver los detalles y características de un objeto, concepto o situación que
aparece en la realidad.
En efecto, las cosas que
uno ve las contempla no siempre a
profundidad; unas veces en lugar de observar, solamente vemos, miramos. Sin
embargo, cuando abordamos el estudio de algo, sobre todo cuando investigamos algún hecho o fenómeno de
la realidad, ya con un enfoque metodológico y científico, la contemplación adquiere más seriedad,
pues tratamos de dilucidar a fondo, tratamos de observar los detalles, las
características, las relaciones entre las características, las semejanzas y/o
las diferencias, las analogías, en fin, hasta llegar a una definición o a un
concepto que sintetice la naturaleza esencial de lo observado.
Como podemos deducir, el
sentido etimológico de la palabra «teoría» nos acerca mucho a su significado
real y sobre todo, al importante papel que representa en la ciencia y en la
investigación científica. En efecto, el hombre de ciencia contempla, es decir, explica
o cuando menos trata de explicar qué es lo que observa, por qué ocurren los
fenómenos, qué los determina, qué sucede si se presenta esto y aquello no, etc.
Esto acontece en las denominadas ciencias duras
(las naturales o “exactas”) y en las ciencias suaves (las sociales en general). La intención en unas y en otras
es la misma: explicar. No obstante, la forma y la naturaleza de los objetos explicados es diferente, porque
en las ciencias naturales los fenómenos son físicos, se puede experimentar de
modo determinístico con ellos; en cambio, amen de muchas otras diferencias que
no es el caso tratar aquí, en las ciencias sociales lo que se explica es al
hombre, desde todos los puntos de vista, y este solo hecho hace que el objeto
observado -nosotros mismos-, se comporte de un modo estocástico y que la
subjetividad sea difícil de erradicar, por más que se disponga de una adecuada
vigilancia epistémica.
Claramente, observamos que
podemos hablar de cuando menos dos tipos de teoría. Por un lado, tenemos la
teoría científica, que es una “síntesis que comprende los conocimientos que ha
obtenido una ciencia en el estudio de un determinado orden de hechos”.
Este tipo de teoría exige de una observación a fondo de los fenómenos y también
de una metodología formal, necesarias para sistematizar los datos observados.
Por otro lado, tenemos la teoría «no científica», que por su propia naturaleza
no requiere de metodología ni de sistematización formal.
Así, mientras el
científico contempla y observa a profundidad la realidad, el
«no científico» únicamente “mira” y deduce conclusiones subjetivas, casi
siempre matizadas por su propia visión del mundo, por sus prejuicios, creencias
y mitos populares. Empero, no siempre la contemplación popular es mítica o
prejuiciada, algunas veces, dependiendo de quien la realice, logra tener cierto
grado de sistematización. Por ejemplo, cuando un jugador estrella o el propio
entrenador trata de “explicar” a la
afición por qué razón su equipo de fútbol no ganó el partido; cuando un perito
de tránsito formula sus primeras impresiones (¿hipótesis?) acerca de las causas
de una colisión de vehículos; o cuando un novio desesperado busca un motivo que
le explique el abandono del ser amado.
Cada vez que uno se
pregunta ¿por qué? acerca de cualquier cosa, uno espera de sí mismo o de un
tercero alguna respuesta. De hecho, si nos detenemos a pensar en nosotros
mismos y en lo que hacemos cotidianamente, habremos de darnos cuenta que el 90
por ciento del tiempo lo pasamos haciendo preguntas. Por lo tanto, casi todo el
tiempo andamos buscando respuestas. El papel de la teoría es contemplar, explicar, dar respuestas. Consecuentemente,
las buenas teorías empiezan con buenas preguntas, pues solo así es posible
orientar las habilidades del pensamiento y la propia investigación, por el
camino correcto.
Ahora bien, la teoría es
el alma de la ciencia; ninguna ciencia es tal si carece de teoría. Lo que le da
sustento al conocimiento es la teoría. Sin la teoría, el hombre no podría
explicar la naturaleza de los fenómenos ni las relaciones entre éstos y
consecuentemente, jamás podría extraer conclusiones útiles ni para la
civilización ni para la sociedad. El hombre es un ser esencialmente teórico, es decir, es un teorizador, precisamente porque todo se
lo pregunta y de todo requiere
respuestas. De hecho, es posible decir que quien teoriza, sabe, aunque tal vez no
esté en lo correcto.
Por lo tanto, la teoría es indispensable en la ciencia y en las profesiones,
incluso en la vida cotidiana.
III. LA TEORÍA DE LA ADMINISTRACIÓN
i bien es cierto que la teoría es el alma de la ciencia, no menos
lo es el hecho de que la teoría es el sustento de toda disciplina y profesión.
Como le hemos dicho anteriormente, teorizar es lo mismo que explicar y
justamente un profesional necesita
diagnosticar, para aplicar soluciones,
y diagnosticar implica explicar. Por lo tanto, ningún profesional puede ejercer
adecuadamente su carrera si carece de los fundamentos teóricos fundamentales de
cualquier disciplina.
Desafortunadamente, aún
entre el medio académico universitario existe la equivocada creencia de que la
teoría es sinónimo de rollo. De
hecho, de modo simplista, se afirma
que, por ejemplo, una materia que “no lleva números o que no necesita cálculos
numéricos” es práctica y que, por el
contrario, una asignatura que es de letras, definiciones, clasificaciones y
todo eso, es teórica. Grave error,
sólo admisible en el lenguaje popular o coloquial, pero en el mundo académico,
el rigor científico y epistemológico exige que el término teoría esté connotado por su acepción formal, que es el que hasta
ahora hemos ya explicado. Adicionalmente, vale la pena señalar precisamente lo que no es teoría:
·
Teoría no
significa “rollo”, es decir, definiciones, clasificaciones o textos que uno
deba aprenderse de memoria. Estudiar «derecho» no es “pura teoría”; estudiar
«contabilidad» no es “pura práctica”.
·
Lo teórico
no es lo contrario de lo práctico, en el mismo sentido que lo blanco lo es de
lo negro o lo alto de lo bajo. No son antónimos, no son opuestos, sino
esencialmente complementarios. Lo que está opuesto a la teoría es la realidad,
la cual intenta explicar. La práctica es una habilidad, es una destreza, nada
tiene que ver con la teoría.
·
La teoría
pura es netamente científica; hay conocimientos aplicados a situaciones concretas de la realidad; las aplicaciones
permiten constatar la viabilidad de las teorías. La Teoría General de la
Administración (TGA en adelante) es eminentemente aplicativa.
·
En modo
alguno «lo práctico» tiene supremacía sobre «lo teórico», ni mucho menos
aquello es lo único ni lo más importante que debe aprenderse. La enseñanza
superior de la administración debe partir de bases teóricas, debe buscar
aplicaciones, a veces no siempre fáciles ni siempre posibles, y debe hacer que
los estudiantes practiquen lo que saben.
·
La teoría
tampoco es sinónimo de lo «irreal», de lo que está alejado de la realidad. El
mundo teórico no es un mundo utópico ni fantástico. Al contrario, si la teoría
es buena, debe ser capaz de explicar la realidad, reflejándola tal y como es.
NATURALEZA DE LA TGA: LOS PRINCIPIOS
ADMINISTRATIVOS
Sabiendo ya lo que la teoría «no es», diremos que en particular,
la TGA es una teoría práctica en el
sentido que le señalaba Kurt Lewin cuando afirmaba que «no hay mejor práctica
que una buena teoría». Es decir, la manera profesional de realizar una
actividad es conociendo los fundamentos de ésta, pues de otra manera se es
solamente un empírico, o sean, un ejecutor
de tareas. Ahora bien, lo que caracteriza a la teoría administrativa,
además de su metodología propia, son sus principios.
En efecto, todas las teorías conducen, en alguna de sus partes, a la
determinación de ciertos principios sobre los cuales apoya sus explicaciones de
la realidad.
Los principios son
enunciados básicos que explican el comportamiento de los hechos o fenómenos
específicos que tratan de explicar. Los principios de una teoría, en términos
generales, pueden clasificarse de la siguiente forma:
1. Principios descriptivos.
2. Principios normativos.
Un principio es descriptivo
cuando simplemente detalla la forma en cómo se dan las relaciones que existen entre un conjunto de variables concurrentes
en un fenómeno observado, sean éstas dependientes o independientes. Tales
relaciones entre variables, pueden describir situaciones de «causa-efecto», y
esta causalidad puede ser positiva o negativa. El principio que en física
explica el fenómeno de la gravitación universal es un principio descriptivo.
Los principios en las ciencias duras
o naturales suelen ser descriptivos. En las ciencias sociales, en cambio, los
principios tienden a ser normativos.
Un principio es normativo o prescriptivo cuando su construcción es de tal forma que nos indica
lo que debe hacerse o lo que debe evitarse. Regularmente, la normatividad de un
principio es de la siguiente forma:
«Si P ® Q», lo cual significa que si ocurre P,
siempre o casi siempre, -en la mayoría
de los casos y bajo ciertas condiciones-,
ocurrirá Q. El enunciado puede ser afirmativo o puede negativo, ya en el
antecedente o ya en el consecuente.
Los principios administrativos son de este tipo. Por ejemplo,
tomemos el caso del célebre principio de H. Fayol conocido como «la unidad de
mando». Este principio indica que “para una acción cualquiera (P), un agente no
debe recibir órdenes de más de un jefe (Q)”.
O sea: «Si P ® ØQ».
El principio de H. Fayol
nos dice que “si no lo hacemos así, entonces algo sucederá”. ¿Qué sucedería en
un ambiente de trabajo si los subordinados reciben órdenes de más de un jefe?
Todos los principios
emanados de la TGA, puesto que están enunciados para guiar el trabajo de los
administradores, son prescriptivos o normativos.
Para conocer aún más los fundamentos de la teoría
administrativa, expondremos las ideas sobre lo que aquí llamo «las dimensiones
de la administración».
LAS DIMENSIONES DE LA ADMINISTRACIÓN
Nos interesa, más que nada, explorar el papel de la teoría en las
profesiones, ya que, respecto de la administración, lo relevante es que ella
es, ante todo, una profesión. Una profesión que se sustenta en una teoría que
gradualmente avanza, para unos, hacia el perfil de una disciplina y para otros,
hacia el perfil de una ciencia.
Por ello, resulta
importante para nuestros fines, discutir la colocación epistemológica y
dimensional de la administración en el espectro de las actividades, las teorías
y las profesiones.
LA
ADMINISTRACIÓN COMO ACTIVIDAD
En primer lugar, la administración, como seguramente muchas otras
profesiones, fue desde sus inicios una actividad, una praxis, un quehacer, algo
que la gente hacía por que sencillamente era necesario y útil hacerlo. Convenía
al interés de la sociedad hacerlo. La arquitectura, por ejemplo, existe desde
que el hombre existe como ser sedentario. La construcción de su vivienda nace
con su propia cultura; la arquitectura es
desde ese primer momento en que el hombre colocó una piedra encima de otra
y se procuró un techo para protegerse del rayo y de la tormenta. Más tarde,
cuando el hombre obtuvo otros conocimientos aprendió otras técnicas, se
aventuró a construir grandes obras y empresas; las pirámides de Egipto y de
Anáhuac, la Gran Muralla China, la desviación de ríos o la epopéyica
movilización que Moisés hizo de su pueblo para sacarlo de la esclavitud de
Egipto, según cuenta la Biblia. La historia nos enseña que “la mayoría de las
expediciones militares, sociales, políticas, económicas y religiosas, tuvo una
estructura orgánica piramidal”,
en cuyos vértice se asentaban el poder, la autoridad y la toma de decisiones.
La actividad
administrativa, como tal, fue siempre necesaria
para conducir a los hombres, organizados en pequeños o en grandes grupos de
trabajo, hacia la consecución de sus fines, ya fueran éstos construir un templo
o un gran edificio, o conquistar territorios y vencer ejércitos; incluso, habrá
que imaginarse una escena en la que el hombre primitivo trataba de coordinarse
con sus congéneres para lograr cazar y dar muerte a un mamut y poder así
obtener su carne y su piel. Sólo y desorganizadamente no hubiera podido
hacerlo, o tal vez lo hubiera hecho pero con más tiempo y con mayor número de
bajas. En consecuencia, las actividades de planear, organizar, dirigir y
controlar las acciones individuales y de grupo, estuvo siempre presente, ya se
les reconociera o no como tales. Así las cosas, nos debe extrañar la tesis que
sostiene que «la administración es tan antigua como el hombre».
LA
ADMINISTRACIÓN COMO DISCIPLINA
Luego de avanzada la cultura y la civilización, al amparo de
nuevos descubrimientos y de nuevos conocimientos, ante los ojos observadores y
analíticos de aquellos que buscaban una mejor manera de hacer las cosas, de
aquellos que dentro de las fábricas anhelaban con incrementar el rendimiento de
los obreros y la eficiencia total de la organización, ante sus ojos
perspicaces, la actividad administrativa empezó a ser teorizada, es decir, contemplada, explicada.
Así, explicar por qué ocurre la división del
trabajo, cuáles son sus ventajas, cómo puede aprovecharse mejor, cómo aplicar
esto o aquello, qué es lo que produce y facilita el liderazgo, cómo se
interrelacionan los hombres mientras trabajan, bajo qué condiciones trabajan
más y mejor, cómo crecen las organizaciones, cómo y bajo qué circunstancias
interactúan con sus entornos, qué factores del ambiente influyen y afectan el comportamiento
de los mercados, por qué la gente compra y consume productos y marcas, qué
explica las preferencias del consumidor, cómo puede rendir mejor el capital,
cómo disminuir los costos de operación, y mil preguntas más que hasta ahora han
sido contestadas gracias al trabajo teórico de muchos hombres, casi todos
ingenieros, economistas, sociólogos y psicológicos, que bajo una perspectiva
científica explicaron los fenómenos y
los procesos con los que tiene que ver la administración en el seno de las organizaciones
formales. Por esta razón, afirmo que la administración es una disciplina
científica básicamente por dos razones:
1.
Porque
requiere del concurso de varias ciencias que le apoyan, como es el caso de la
psicología, la sociología, la antropología, la matemática, la estadística, la
economía, el derecho, entre otras. Estas son las ciencias de la administración; sin embargo, la administración es
también técnica, y es una técnica, porque requiere del apoyo de la
mercadotecnia, las contabilidad, las finanzas y de otras técnicas más
particulares que le sirven de base para su ejercicio.
2.
La
administración es científica porque requiere del método científico para apoyar
la toma de decisiones y para conocer la realidad de los hechos administrativos
y organizacionales dentro de las empresas para distinguir lo que las cosas son de lo que queremos que sean. Si bien el pensamiento y la razón guían la
conducta de los administradores, no menos cierto es que el sentimiento y la
pasión pueden obscurecer la realidad. Por ello, la utilidad del método de la
ciencia es invaluable.
De esta manera, y a lo largo de muchos años, y
prácticamente desde el advenimiento de la revolución industrial en Inglaterra y
su expansión por el mundo capitalista, se inició la TGA, la cual constituye un
campo ínter y multidisciplinario que hoy se nutre de los nuevos escenarios que
permean el mundo de finales de siglo -apertura y globalización-, y que ante la revolución del conocimiento y de la información, se plantea nuevos retos y
desafíos para dotar a la práctica de los administradores de más eficaces guías
orientadoras de su práctica profesional en al ámbito de mercados altamente
competidos en los que la competitividad y la eficiencia organizacionales
marcarán la pauta para sobrevivir exitosamente.
Por otra parte, la TGA esta encaminada a que los
administradores reflexionen acerca de su quehacer, de su praxis. Busca enseñar
al futuro profesional a pensar, y sobre todo, a racionalizar sus esquemas de acción gerencial. La TGA le
proporciona un bagaje de conceptos e ideas que son las que le distinguen del
simple «ejecutor de tareas», ya que quien posee una TGA puede efectivamente
adquirir la habilidad de percibir y diagnosticar situaciones y escenarios que
el ejecutor de tareas ni siquiera imagina que existen.
Éste sabe bien hacer y ejecutar ciertas
cosas que aprendió mecánicamente y luego de incansables rutinas, tales como
dibujar organigramas, elaborar flujogramas, hacer presupuestos, registrar
datos, elaborar programas de ventas, supervisar personal y obedecer, llega
efectivamente a adquirir tal práctica que el conocedor de la TGA quizás no
tenga. Tal práctica le permite de modo concreto e inmediatista resolver
problemas, apagar fuegos; el conocedor de la TGA está, en cambio, para preverlos
y para actuar de modo proactivo, no
de modo reactivo.
El profesional sabe diagnosticar, observar,
analizar, evaluar situaciones problemáticas, distintas y complejas, pues
aprendió a manejar abstracciones, estratégicos, conceptuales y teóricos. El
ejecutor de tareas, por su parte, es solamente un agente ejecutor y operador
que sigue órdenes superiores. En suma, lo que queremos de un profesional que
conozca la TGA es que sea lo que la Universidad le pide: que sea agente de
cambio, un innovador, un emprendedor, un constructor
del futuro.
En todas las profesiones ocurren situaciones
similares. Un arquitecto sin una sólida teoría del urbanismo, de la luz y las
proporciones, por ejemplo, sería meramente un excelente dibujante; un contador
sin teoría contable y financiera sería un buen tenedor de libros; un médico sin
teoría anatómica, fisiológica o bioquímica sería un eficaz curandero, un
abogado sin una teoría del derecho y de la justicia, sería un buen coyote. Así, por el estilo.
En suma, la administración como disciplina surge en
el momento en que se teoriza sobre la concreta y material actividad
administrativa, una actividad que de todos modos existe y que de hecho preexiste a la disciplina, a la TGA y a
la profesión curricular y universitaria. Pero es importante destacar que la TGA
es producto de la observación sistemática de la actividad administrativa, de la
contemplación explicativa de los
hechos, de las cosas, de las situaciones, de los fenómenos, de la
realidad, como se dice en ciencia.
Desde luego, la TGA y la disciplina que de ella resulta es una condición
necesaria y suficiente para la existencia de la profesión administrativa. De
esta hablamos a continuación.
LA
ADMINISTRACIÓN COMO PROFESIÓN
La administración como profesión surgió luego de que la teoría
pudo construir la disciplina administrativa. Nuestra profesión, es decir, la
licenciatura en administración de empresas, o simplemente en administración
como se le conoce en la UNAM, jamás hubiera sido posible sin una teoría y sin una disciplina que la sustentara epistemológicamente hablando. Por lo
tanto, si quisiéramos establecer una ilación cronológica que pudiera explicar
la evolución de lo que hoy conocemos como «administración», tendríamos que
partir de lo que originariamente fue: una concreta y material actividad o quehacer, dejada en las manos del
sentido común y de la necesidad. Hoy
tenemos una disciplina científica -¿una ciencia per se?-, que posee sus propios principios, sus marcos teóricos y
metodológicos y su propio campo de acción. Finalmente, y gracias a lo anterior,
algunas instituciones de educación superior asumieron el compromiso de enseñar la práctica y la TGA, y luego de
trámites institucionales, logra surgir la administración como una profesión.
LAS PRIMERAS
ESCUELAS DE ADMINISTRACIÓN
Según Laris Casillas,
la primera institución que impartió cursos formales de administración fue la
Escuela Wharton de Finanzas y Comercio. Esta escuela fue fundada por Joseph
Wharton, un financiero y fabricante de acero en Filadelfia, quien donó 100, 000
dólares a la Universidad de Pensylvania para lograr el proyecto.
Más tarde, Edward Tuck
donó 300,000 dólares al Tuck School Dartmounth College, en la Universidad de
Harvard, y la Escuela de Administración abrió sus puertas en 1908. Una
constante en el origen de casi todas las escuelas de administración es su
vinculación con las élites empresariales, las que en función de su propio
interés promueven la existencia de escuelas formadoras de administradores, con
la clara finalidad de capacitar su mano de obra ejecutiva y gerencial.
A partir de estos
acontecimientos, Peter Drucker afirma que el interés por la administración se
extendió a otros países, merced al ruido del taylorismo y a su positivo impacto
en la industria, particularmente en la metalúrgica y en la automotriz.
Muy pronto surgieron los mitos de que la administración era la fuerza y el
factor crítico del desarrollo, y así con el tiempo, el boom de la administración alcanzó a todo el mundo, incluso a los
países comunistas.
México no fue la
excepción; en Monterrey, Nuevo León, surge la primera escuela de
administración, justo en la institución que es considerada como la fuente de la
mano de obra intelectual y técnica que alimenta la industria de esa ciudad, el
ITESM. En este instituto se inician los cursos de administración bajo el nombre
de «escuela de negocios», la cual es establecida en al año de 1947. Diez años
después, la Universidad Iberoamericana inicia la carrera de «licenciado en
administración». En el mismo año, 1957, la Universidad Nacional Autónoma de
México, luego de muchas vicisitudes, logra que su Consejo Universitario apruebe
la carrera, con el nombre de «licenciado en administración de empresas»; tiempo
después, durante los años setenta, modifica el nombre de la carrera dejándola
simplemente como «licenciado en administración», aduciendo que el apellido “de
empresas” va en demérito de la universalidad de la carrera.
No es sino en 1967 cuando
la Universidad Veracruzana, en Xalapa, incorpora a su oferta académica esta
carrera bajo su nombre original de «licenciado en administración de empresas»,
el cual conserva a la fecha.
Con el crecimiento que
tuvo la educación superior durante el sexenio echeverrista, aunado a la
expansión demográfica, las licenciaturas en administración de empresas tuvieron
un auge causado por varios motivos, entre otros por los mitos de que la nueva
profesión representaba el futuro, el triunfo y las riquezas. Pronto, estudiar
administración se convirtió en una moda y en un seguro boleto a la clase media.
Lo mismo ocurre hoy con otras carreras, especialmente con las de ciencias y
técnicas de la comunicación. Para finales de los años ochenta, la matrícula de
estudiantes inscritos en administración ascendía a unos 55,000 alumnos; en los
noventa la cifra se duplica y se prevé que para los primeros años del siglo XXI
empiece a descender gradualmente ante la presencia de nuevas opciones
profesionales.
Hoy, la licenciatura en
administración de empresas de la Universidad Veracruzana es una de las más
irracionalmente demandadas por la juventud, quizá guiada por el espejismo de
que es una carrera “fácil, barata y con futuro”.
IV. LA PROFESIÓN Y LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA
n esta sección, hablaremos de asuntos interesantes para los
estudiantes de la licenciatura en administración de empresas. Serán los
siguientes: a) la naturaleza profesional de la administración, b) la práctica
administrativa, c) las diferencias entre acto administrativo y actos de
administración y d) las habilidades que los administradores deben desarrollar
para hacer bien su trabajo.
LOS PROFESIONALES DE LA ADMINISTRACIÓN
Por último, estimo
necesario reflexionar un poco sobre la naturaleza de las profesiones en general
y en particular sobre la naturaleza de la profesión administrativa.
Una profesión es, ante todo, «una plataforma de quehaceres definidos en torno a un servicio ofrecido a la sociedad y el
cual es tipificado y reconocido como un
rol de significativo valor». Algunas profesiones confieren más estatus y
prestigio que otras, ya por su tradición o ya por su presencia y arraigo
social. Adicionalmente a las profesiones están los títulos, que en México confieren a sus poseedores una suerte de
nobleza. Igual, hay títulos de más abolengo que otros. En México, ser profesor es menos valorado que ser doctor, ingeniero o licenciado. En
nuestro país, los doctores son los médicos, en Cuba y Argentina son los
abogados, especialmente los jueces; en Europa, el título de profesor es de mayor jerarquía y estatus
que en Latinoamérica. La condición de maestro
en nuestro país se da lo mismo a los músicos de marimba que a los grandes
directores de orquesta, o incluso a los albañiles experimentados. Los mecánicos también son maestros. Muchos ejercedores de oficios
suelen ser llamados “maestros”.
Veamos con mayor detalle el asunto:
Primero.
Un doctor es una persona que por sus estudios ha adquirido la condición de docto, es decir, de sabio, de erudito. Actualmente, un doctor es
alguien que hizo estudios de doctorado y que ha obtenido el grado académico de doctor mediante la
presentación y sustentación de una tesis. El doctorado es hoy en día una
concesión universitaria y académica.
Segundo.
Un maestro es una persona que por
sus estudios, habilidades y destrezas ha adquirido en su quehacer cierto nivel
de maestría, que ciertamente le
coloca como líder en su oficio o disciplina. Hoy, la maestría es un grado, al
igual que el doctorado, el cual se adquiere con estudios posteriores a la
licenciatura y con la presentación y sustentación de una tesis.
Tercero.
Un profesor es alguien que profesa una actividad o servicio a la
comunidad. Profesar es ejercer una ciencia, un arte, un oficio. Es cultivar una
inclinación, un sentimiento o una creencia. Se «profesa» una doctrina o
principios cuando uno se adhiere a ellos. En consecuencia, un profesor es alguien que enseña o ejerce
una ciencia o un arte.
Cuarto.
Un profesional es quien pertenece a
una «profesión», a un magisterio de ciencias o artes. Es una persona que hace
hábito o profesión de alguna cosa. Sin embargo, más allá del diccionario, la
palabra “profesional” apela a significados más amplios y se usa lo mismo para
señalar a una persona que:
·
Hace su
trabajo escrupulosamente y a la perfección, que no comete errores, lo hace
rápido y limpiamente, no deja huellas. Este es el caso de un ladrón, de un
secuestrador o de un artesano alfarero, un herrero, un mecánico, etc.
·
Que es muy
responsable y que no se permite dejar de cumplir. Un artista que aún con la
lluvia sale al escenario a cantar.
·
Realiza su
oficio o empleo como un modus vivendi,
es decir, que de eso vive, que no lo hace por hobbie, que no es amateur. Un deportista, por ejemplo.
·
Por último,
un profesional también es una persona que realizó estudios, que es un
«profesionista» y obtuvo un título profesional.
Quinto.
Un
licenciado es alguien que posee licencia, concesión, facultad para hacer algo,
para desempeñar un oficio, un arte, una ciencia o magisterio. La licencia pudo
adquirirla por la acreditación y/o por la demostración de sus saberes, o bien
por la realización de un trámite.
Empero, lo que en realidad importa no son los títulos ni los
grados, sino la función que se
realiza y el servicio que se ofrece. Si alguien es médico es por lo que sabe y por lo que hace, no por el título de licenciado o de doctor, que en
México es tradicional para los médicos, sin que realmente lo sean. Hay una
pregunta capital: ¿Quiénes son los profesionales de la administración?
En efecto, ¿quiénes son
los profesionales de la administración? ¿los que estudiaron la disciplina? ¿los
que se dedican a la administración de modo “profesional”? ¿los que son muy
responsables y perfeccionistas? ¿los que hacen «limpio» su trabajo? ¿quiénes
son?
No es fácil tipificar el
rol de la profesión administrativa, tampoco es fácil aislar lo que un
administrador profesional hace y diferenciarlo de lo que hace o podría hacer un
contador o un ingeniero en funciones directivas. ¿Qué sucede con un médico que
hizo un posgrado en administración, por ejemplo una maestría? ¿qué sucede con
un ingeniero químico que se doctoró en alta dirección empresarial? ¿son o no
son administradores? Si lo son, ¿qué
es lo que les da ese estatus? ¿el título, los saberes o las funciones que
realiza? ¿o todo junto? ¿Qué es lo que hace administrador a una persona? ¿quién
es un LAE?
Theodore Levitt el gran
teórico de la administración de la Universidad de Harvard, refuta la existencia
del administrador profesional en los siguientes términos:
“ ... porque mientras un abogado o un
médico son considerados profesionales porque pasaron pruebas de conocimientos
en sus profesiones, no ocurre lo mismo con el administrador, cuyo conocimiento
es apenas uno de los múltiples aspectos en la evaluación de su capacitación
profesional”. Dice Levitt que “el administrador es, además, evaluado por sus
actitudes y acciones, por su personalidad y filosofía de trabajo...”
Aunque el ejecutivo tenga profundos conocimientos de
administración y presente un envidiable curriculum profesional, él no es
juzgado por lo que sabe con respecto a las funciones que ejerce en su
especialidad, pero sí por la forma como ejecuta su trabajo y los resultados que
consigue de acuerdo con los recursos disponibles.
Tenemos, en efecto, dos
problemas, uno de definición y otro
de tipificación. Es de definición
porque tenemos finalmente que deslindar
lo que le pertenece a la profesión administrativa como «algo propio y distinto»
de las demás profesiones, de modo que no haya áreas o zonas comunes, que sean
compartidas por otras profesiones. Es de tipificación porque aún la profesión
administrativa no esta suficiente, general y ampliamente reconocida como algo distinto de lo que hacen otras
profesiones. Para nuestra poca fortuna, la gente aún se sigue preguntando ¿qué
hacen los LAE’s? ¿por qué contratar un LAE?
Sé, de mi parte, que lo
anterior puede sonar a blasfemia, sobre todo porque lo dice un LAE, pero fuera
del discurso justificador de nuestra profesión al interior de las universidades,
la realidad muestra lo contrario. Nos falta definición y tipificación. Claro,
los economistas y los sociólogos tienen problemas mayores en este sentido.
Volvamos al asunto
central: ¿qué hace un administrador?
Cuando afirmamos, líneas arriba, de la administración como actividad,
establecimos que ésta existe desde que el hombre necesitó vivir en sociedad. La
praxis administrativa es una práctica social porque involucra grupos humanos de
trabajo, la mayor parte de las veces. Lo que tenemos ahora que precisar es
cuáles son los contenidos de esa práctica administrativa que de la venimos
hablando.
LA PRÁCTICA ADMINISTRATIVA
Hay tres funciones, actividades o tareas que distinguen el trabajo
de los administradores, no importa en qué sentido se considere su carácter
profesional. Se trata de funciones que tienen que darse juntas,
simultáneamente, porque una depende de la otra de modo circular. Si una de
ellas no está presente, entonces el trabajo no es básicamente administrativo en
el sentido gerencial o directivo, aunque puede serlo en el sentido de «trabajo
de oficina», es decir, de escritorio.
Las funciones son las siguientes:
1.
Los
administradores están donde están, no importa el nivel organizacional,
precisamente para tomar decisiones.
2.
Están donde
están para coordinar recursos,
humanos, técnicos, materiales, financieros, informáticos, culturales,
científicos, tecnológicos, etc.
3.
Están donde
están para obtener resultados, y
obtenerlos de modo eficiente, no nada más de modo eficaz.
Como puede observarse, la segunda función define el trabajo
administrativo como un trabajo que se hace con
los demás, es decir, por medio y a través de las personas. Por lo tanto, el
trabajo administrativo es grupal, más correctamente: se da en el ámbito de las
organizaciones. Para precisar esta idea, acudiremos a la distinción entre dos
conceptos: a) el acto administrativo y b) el acto de administración.
EL ACTO
ADMINISTRATIVO
Acto administrativo es aquel que ocurre de modo personal, en recae en cada uno de
nosotros como consecuencia de aplicar, consciente o inconscientemente, las
etapas del proceso administrativo (planear, organizar, dirigir y controlar). En
nuestra vida cotidiana, todos los días, nosotros pensamos qué vamos a hacer
durante la jornada, qué actividades pendientes debemos realizar, a qué hora
debemos empezar o terminar, en función de otros compromisos o actividades, qué
ropa nos pondremos, según el cálculo que hagamos del clima, que recursos
usaremos, etc. Es decir, planeamos, nos organizamos, nos autodirigimos y
también nos checamos a nosotros
mismos para ver si logramos o no las cosas.
Al ingresar a la Facultad,
la mayoría de nosotros sabemos qué es lo que queremos lograr y bajo qué
requisitos o condiciones lo lograremos. Nos hemos puesto de antemano ciertos
objetivos y metas y para lograrlos es evidente que nos hemos impuesto
estrategias o modos de conseguirlos. Todos estos actos son «actos
administrativos» porque son personales, nosotros los hacemos y sus efectos
inciden directamente en nuestras
propias vidas y personas y en tanto tales, nos trascienden a terceras personas, es decir, son intranscendentes, lo
que no significa que no sea importantes. Si son actos que no trascienden
entonces son inmanentes.
Aún en la oficina, el trabajo
de organizarnos en nuestro desempeño personal, en las tareas que tenemos que
realizar o en el trabajo que tenemos que sacar, se da este fenómeno: se trata
de actos administrativos y no de actos de
administración. Veamos qué son éstos.
LOS ACTOS DE ADMINISTRACIÓN
Los actos de administración, por el contrario, son trascendentes, es decir, no se quedan en
“uno mismo”, sino que afectan o impactan en terceras personas, personas que en
ambientes de trabajo organizacional siempre son los subordinados, los demás
miembros del equipo de trabajo, los componentes de un departamento, de una
unidad o de la empresa en general, es decir, el personal de la organización. En
consecuencia, se planea, se organiza, se dirige y se controla no solamente lo
que uno hace, sino esencialmente lo
que hacen los demás.
Los actos de
administración son los que definen el verdadero trabajo del dirigente, la esencia del quehacer de los
administradores. Los administradores trabajan con gente, toman decisiones,
coordinan recursos y obtienen resultados eficientes; todo este trabajo tiene
que hacerse con los demás, es decir,
con el grupo, con la organización. Un director, un jefe, un coordinador, un
presidente de comité, el responsable de un área de trabajo, como quiera que se
llame el cargo del administrador, cualquiera que su nivel en la estructura, si
toma decisiones, si coordina recursos y obtiene resultados, entonces es un administrador y su quehacer es el de
realizar actos de administración. Si
lo hace bien o no, eso es otra cosa.
La calidad con la que se
realizan los actos de administración -es decir, la administración misma-, depende de su preparación académica y
profesional y también de su actitud personal hacia el trabajo. Sin embargo,
para que el administrador pueda ejecutar eficaz y eficientemente su quehacer requiere, cuando menos, poseer
y expresar tres habilidades básicas.
LAS HABILIDADES PARA EL TRABAJO DIRECTIVO
Se dice que es administrador quien administra, no tanto quien sabe administración. Por eso, la
actividad administrativa, -sobre la que
se ha construido la TGA, que los administradores profesionales deben
comprender-, supone la posesión de las siguientes habilidades, las cuales son
condiciones necesarias, a veces no suficientes, para realizar el trabajo
directivo:
1.
Habilidad técnica, la cual consiste en utilizar
conocimientos, métodos, técnicas y equipos necesarios para el eficaz desempeño
del quehacer administrativo. El estudio de una carrera proporciona esta
habilidad, pero siempre serán necesarias, adicionalmente, la madurez y la
experiencia que el tiempo da.
2.
Habilidad humana, que no es otra que la capacidad para
discernir y trabajar con personas, comprender sus conductas y sus actitudes,
sus motivaciones, sus conflictos y sus anhelos. Esta capacidad le proporciona a
los administradores el potencial de liderazgo, tan necesario para poder obtener
resultados por medio y a través de las personas.
3.
Habilidad conceptual, que consiste en la destreza para
comprender la complejidad de la empresa como tal, así como para facilitar el
ajuste de su propia personalidad a la cultura de la organización. Esta
habilidad permite que las personas asuman la misión y los objetivos de la
empresa y no únicamente que se identifiquen con las metas y las necesidades de
su grupo inmediato de trabajo.
La mezcla o combinación de estas habilidades no siempre es la
misma para todos los administradores, en todas las empresas y en todos los
niveles organizacionales en los que se desempeñen. En los niveles operativos
tal vez sea más necesaria una habilidad técnica que una habilidad humana; en un
nivel de alta dirección, es posible que la habilidad conceptual predomine sobre
las otras. Empero, ello no significa que solo una o dos habilidades sean necesarias.
Lo son las tres.
FIN
Cuauhtémoc
Molina García
molin@dino.coacade.uv.mx
Facultad de
Contaduría y Administración
Universidad
Veracruzana
Tel 42-17-42 y
42-17-44 Fax 12-22-98
Gonzalo Aguirre
Beltrán s/n
Lomas del
Estadio, Zona Universitaria
Xalapa, Ver,
México.